Como parte de nuestra tradición en las oficinas, cada nuevo año separamos 21 días para buscar a Dios. Aunque sabemos que la Biblia nos enseña a orar sin cesar, hay tiempos y temporadas que apartamos para el ayuno y la oración. Más adelante haremos mayor énfasis en la oración que en la predicación. La predicación es necesaria para que el mundo entero escuche el evangelio, pero si solo necesitáramos de la predicación, lo podríamos recibir en la Internet las 24 horas del día. Es necesario que tengamos sólo lo que el poder de la oración puede proveer.
Debemos estudiar la vida de oración de Jesús. Uno de los mayores problemas que tenemos con Jesús es Su humanidad. Es difícil para nosotros comprender que Él fue humano como nosotros, tenía sentimientos y necesidades como nosotros; Él no vino a este mundo por mero compromiso, sino que “[tomó] forma de siervo, hecho semejante a los hombres”. El Dios del universo vino a nosotros. Jesús tenía una naturaleza humana, hecho hombre en todo aspecto. Así que al ser hecho hombre, Jesús nos dio un excelente ejemplo a seguir. Sus altas demandas no tienen la intención de frustrarnos, sino enseñarnos cómo alcanzar a Dios. Debemos aprender a ser como Jesús. Pablo dijo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Cuando estudiamos a Jesús y los resultados de Su ministerio, el poder que Él poseía demuestra el rol poderoso que tiene la oración.
Es interesante observar que cuando Él oraba, no quería una multitud de personas a Su alrededor. He aquí el secreto: “Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades. Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lucas 5:15, 16). Jesús oraba, oraba y oraba. Su fuerza y fuente era la oración. Él se presentó ante Dios Padre antes de servirle al hombre. Algunos años atrás, leí un pequeño libro con un título [interesante] Ore, después predique. Debo decir que algunas veces tenemos este orden de palabras al revés. Los discípulos reconocieron el poder de la oración y Le pidieron que les enseñara a orar. Esta debe ser la petición de la iglesia hoy día. Ciertamente, la experiencia de Pentecostés, en el libro de los Hechos, vino después de que hubiera orado. Después de Pentecostés, ellos continuaron orando tan poderosamente que a veces la casa donde se reunían temblaba.
Nuestra oración no puede ser respondida hasta que hayamos orado. Santiago dice: “no tenéis lo que deseáis, porque no pedís”. Nuestro problema no es una oración no respondida, sino una oración no expresada. No hay nada que sea más necesario que la oración, pero muchas veces es ignorado. Nosotros sabemos que necesitamos orar, simplemente no lo hacemos.
Jesús dijo en Lucas 18:1: “…orar siempre, y no desmayar”. Si hemos de ser lo que Dios quiere que seamos, debemos ser una iglesia que ora. No es nuestra educación o nuestra riqueza, ni nuestro cantar o predicar lo que nos hace una gran iglesia, sino nuestra oración.
Estamos acostumbrados a comenzar o terminar una oración con la frase, “en el nombre de Jesús”, pero simplemente decir estas palabras es una práctica demasiado trivial. Orar en el nombre de Jesús es confesar la insuficiencia e ineptitud de nuestro nombre. Yo no tengo ningún mérito. La oración no se trata de nuestra auto-capacidad, sino de nuestra total dependencia, entrega y compromiso a Dios.
Tenemos necesidades que solamente Dios puede suplir, y la oración es el poder que Lo mueve a obrar. Dios no va obrar si nosotros no oramos. Con esto en mente, tomemos el consejo del autor de los Hebreos: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
Orar no se trata un lugar en específico, o si preferimos la compañía a nuestro alrededor, la privacidad u orar caminando o de rodillas, lo más importante es que nuestro espíritu toque Su Espíritu, y que nos conectemos con el Padre, quien nos ama y nos concede las peticiones de nuestro corazón.
Sam N. Clements
Supervisor General