Hablar de la misión global de la iglesia es hablar de un tema complejo. Es complejo no porque en sí mismo lo sea, sino porque al transcurrir el tiempo esa comunidad a quien se le encomendó la misión, la ha ido complicando, diluyendo, mezclando y confundiendo con elementos extraños. A veces esto ha sido ingenuamente, pero otras veces se ha hecho para servir a intereses mezquinos o pecaminosos.
El propósito de este ensayo es describir de la manera más simple posible lo que para mí es esa misión. Para ello me he apoyado en la literatura requerida y en mis propias observaciones. Al escribir, lo hago desde el acercamiento de un pastor latino quien ha sido objeto de la misión. Pero también escribo como sujeto de la misión, ya que con el pasar del tiempo me he unido a Dios y a los millones de cristianos que llevan las buenas nuevas de salvación a todos aquéllos que encuentro en mi peregrinar. Esto siempre con mucho temor y temblor[1], tratando de ser lo más transparente en la entrega de un mensaje que en esencia es muy noble y puro, pero que a veces como consecuencia del factor humano, del color del cristal con que se mire, tiene la tendencia a distorsionarse en la entrega.
Generalmente se confunde el término misión con misiones. Al abordar el tema el creyente se remonta a las actividades de la iglesia por llevar el evangelio a quienes todavía no les ha llegado. En este sentido se limita “misiones” a una “actividad” en un lugar específico con un fin específico. A diferencia de esta actividad, “Misión es la participación del pueblo de Dios en la acción de Dios en el mundo”.[2] De esta simple definición, Carlos Cardoza deriva cuatro criterios para una teología de la misión cristiana: Primero, Dios es el protagonista de la misión y no la iglesia, la agencia misionera o la denominación. Desde el principio de la Creación, Dios en Su soberanía ha estado dirigiendo la misión. Segundo, la misión es una actividad comunitaria donde participan activamente las tres personas de la Trinidad. Si la Trinidad trabaja en comunidad, se espera que así lo haga la iglesia en su participación dentro de la misión de Dios. Tercero, el pueblo de Dios es objeto y sujeto a la misma vez de la misión de Dios en el mundo. Cuarto, la actividad misionera de Dios (missio Dei) toma lugar en el mundo, en la Creación de Dios. Aquí la iglesia tiene una oportunidad de trabajar con Dios en la medida que Él se relaciona con su creación. Dios es el Dios de la historia y, como tal, muestra señales de liberación, de Shalom, y anuncia que Su reino ha llegado. La actividad misionera de Dios es en este sentido también escatológica[3].
Debido a que la misión de Dios en el mundo no es estática sino dinámica, le toca a la iglesia discernir lo que está haciendo Dios en el mundo para poder participar en Su misión en una manera eficaz y eficiente, evitando así repetir errores cometidos en la historia. Esta es una tarea que no debe ser tomada livianamente, sino que debe ser formada e informada por una clara teología de misión contextualizada. Dentro de nuestro contexto hispano, por ejemplo, una teología de la ciudad es imprescindible ya que nuestro pueblo latino es mayormente atraído a las grandes ciudades. Ya sea en América Latina o en la diáspora, los hispanoamericanos por lo general, nos concentramos en las ciudades donde se encuentran los empleos y servicios que niegan las áreas rurales. Al respecto, Ray Bakke en su libro A Theology as Big as the City (Una Teología tan grande como la ciudad) nos recuerda que en 1900, el ocho porciento de la población mundial vivía en ciudades. Para el año 2000 ese número estaba cerca del cincuenta porciento[4]. Esta dinámica genera una serie de conflictos y precariedades que muchas veces desembocan en grandes explosiones sociales como el aumento del crimen de manera desproporcionada, la mala distribución de los bienes y servicios por las entidades gubernamentales y otros. A la vez que se presentan grandes retos para las ciudades con rápido crecimiento también surgen grandes oportunidades misioneras para aquellas iglesias que toman en serio su llamado a servir.
Pero la rápida urbanización del mundo no es el único reto para la iglesia. El reto es también misiológico. En la medida que transicionamos de un mundo de naciones a un mundo de ciudades multinacionales que se interconectan se hace cada vez más claro que la frontera de las misiones ha cambiado. “La mayoría de la población no cristiana no serán pueblos geográficamente distantes, sino pueblos culturalmente distantes que residen juntos en las sombras de los centros urbanos y las áreas metropolitanas de cada continente”.[5] Ante esta realidad, el llamado misionero de hoy no es a cruzar océanos, junglas o desiertos sino de cruzar las calles de las ciudades del mundo donde habita esa otra comunidad inmigrante con sus costumbres, tradiciones, valores y religión. Bakke asegura que de ahora en adelante casi todos los ministerios serán crosculturales en medio de un pluralismo urbano causado por el más grande desplazamiento migratorio de la historia humana, del hemisferio sur al norte, y del este al oeste, y más que nada, de áreas rurales a áreas urbanas.[6]
Siempre he pensado que no importa cuán bien una persona o una institución haga algo o cuántas destrezas despliegue haciéndolo si al fin y al cabo no hace aquello que debe hacer. En mi opinión la iglesia de hoy está muy ocupada en asuntos ajenos a la misión, al mismo tiempo que ignora, olvida u omite su misión principal.
Es tiempo de que la iglesia latinoamericana y la iglesia latina de la diáspora se reenfoque en la misión, dejando a un lado las distracciones que ocupan nuestra atención para que al final de nuestra jornada podamos decir como el Maestro: “Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste” (Juan 17:4 NVI). Creo que esto se puede lograr con una hermenéutica misional clara, discipulando a otros y plantando iglesias misionales, para que así como las aguas cubren los mares, se llene la tierra del conocimiento de la gloria del Señor (Habacuc 2:14).
[1] Aquí hago uso de la expresión paulina de Filipenses 2:12.
2 Carlos F. Cardoza, Una Introducción a la Misión. (Nashville: Abington Press, 2003) p.46.
3 Cardoza, p.50.
4 Ray Bakke, A Theology as Big as the City. (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1997), pp.204-205.
5 Bakke, p.13.
6 Bakke, A Theology as Big as the City, p.13.