En medio de toda esta plática en los círculos cristianos sobre cómo los jóvenes adultos están perdiendo su fe, me siento conmovida a hacer la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que hace que un joven continúe sirviendo a Dios mientras otros se alejan o rechazan la fe? Y en un sentido aun más personal, ¿qué me hizo a mí permanecer en la fe y en el camino de Jesucristo?
Yo he escuchado algunos predicadores, he leído varios artículos y he leído libros que ofrecen respuestas de porqué los jóvenes adultos se están alejando del cristianismo. No obstante, para este artículo decidí no citar ninguna de esas fuentes porque no quería simplemente repetir las opiniones de los expertos. Decidí escribir acerca de mi experiencia personal a la luz de lo que mis padres hicieron. Yo no estoy escribiendo este artículo porque me crea una experta, sino porque soy una joven adulta que fue a la universidad, se mudó de su casa y luchó con mantener la fe.
Dios es el origen de todas las cosas y Él es quien controla el universo —sin nuestra ayuda. Dios les da a los humanos mandamientos que deben obedecer para que puedan ver el cumplimiento de Sus promesas. Aun cuando sabemos estas cosas, hay ocasiones en las que culpamos a Dios por no responder como deseamos cada vez que nos encontramos en situaciones parecidas a la del hijo pródigo. Es por esta razón que en ocasiones cuestionamos Su protección.
Yo nací en una familia cristiana y soy la mayor de cinco hijos. Todos estamos sirviendo a Dios y estamos involucrados en el ministerio de una manera u otra. Esto no sucedió por accidente.
La decisión de servir a Dios es como un viaje. En ocasiones ese viaje comienza con una confrontación entre nuestros valores internos y las ideas introducidas en nosotros por nuestro ambiente. Al crecer en un hogar cristiano mis padres me enseñaron valores cristianos, los cuales incluían los 10 mandamientos. Ellos nos criaron con linderos claros y bíblicos, y nos educaron a respetarlos y obedecerlos. Parecía como si yo estuviera involucrada en todas las actividades y ministerios de la iglesia: campamentos, retiros, viajes, etc. Yo asistí a la iglesia desde la infancia por lo que todas mis memorias de niña están relacionadas a nuestra comunidad de fe. No obstante, inevitablemente tuve un conflicto con mi fe y tuve que tomar la decisión de seguir a Jesús.
Una de mis primeras memorias es cuando me sentaba en el regazo de mi padre mientras él leía una historia de una Biblia ilustrada. Recuerdo cómo le rogaba que leyera una historia más cada noche porque, aun a mi joven edad, tenía curiosidad por saber si la historia tendría un final feliz. Después de que nació mi hermana tuvimos que compartir el regazo de mi padre. Recuerdo que cuando mi padre terminaba de leer toda la Biblia, comenzaba desde el principio nuevamente. Los años pasaron, nuestra familia creció, y yo seguí creciendo —pero nunca dejamos de leer la Palabra de Dios.
Mis padres nos regalaron un libro devocional apropiado para nuestras edades y utilizaron la Biblia para enseñarnos a leer en nuestra lengua madre, la cual era diferente a la que estábamos aprendiendo en la escuela. Nosotros pasamos muchos años edificando un altar en nuestro hogar y más importantemente en nuestros corazones. Mis padres siempre le pedían al más joven de la familia que leyera parte del devocional. Esta era una táctica para hacer que el más joven se sintiera importante, pero también sirvió para mejorar su lectura. Ellos le pedían al resto de la familia que pensáramos en canciones especiales que deseáramos ofrecerle a Dios. Ellos se aseguraban de orar por nuestros amigos de la escuela y cualquier petición que quisiéramos presentar, aun si sonaba un poco ridículo. Quizás esto suena como algo que requiere mucho tiempo. Me imagino que hubo días que mis padres no tenían deseo de orar, pero rara vez cancelaban el altar familiar. Más tarde, cuando todos comenzamos a tener diferentes horarios, mis padres tenían el altar familiar con quien estuviera en el hogar. Pero algo que no era negociable es que por lo menos una vez a la semana todos teníamos que dejar de hacer lo que estábamos haciendo para participar en la oración familiar.
La mayoría de las tradiciones en nuestra familia están fundamentadas en la Palabra de Dios y la oración. Nuestros padres plantaron diligentemente en nuestros corazones jóvenes una semilla del amor de Dios, Su Palabra y Su esposa (la iglesia). Un buen ejemplo de esto era cuando mi padre trabajaba tarde en la noche y no podía asistir a nuestros devocionales diarios. Aun durante ese momento de la noche nosotros lo escuchábamos en medio de nuestro sueño cantando canciones desde su corazón hacia Dios y leyendo Salmos en voz alta. Cuando llegaba la mañana y alguno de nosotros tenía que ir al baño entre las cuatro y seis de la mañana nosotros escuchábamos a nuestros padres orando juntos por su matrimonio, por nuestra familia y por nuestro día en la escuela. Nosotros podíamos escucharlos rogándole a Dios que nos cubriera y nos protegiera de todos los ataques del enemigo contra nuestra fe y nuestra alma.
En la sencillez de su disciplina, mis padres entendían el gran llamado que Dios había puesto en cada uno de nosotros y el arma secreta y poderosa de la oración que acompañaría ese llamado. Afortunadamente, ellos no se quedaron solamente en el nivel del conocimiento y la oración. Ellos también lo transmitieron a nuestras vidas al edificar un altar en nuestro hogar. Es por esta razón que me atemoriza ver que algunas personas “esperan” tener niños buenos o jóvenes con una fe sólida pero que no están dispuestos a pagar el precio para que eso suceda. Yo todavía no soy madre por lo que no pretendo saber el gran desafío que esto representa. Yo solamente sé que mis padres no esperaron que yo comenzara a mostrar señales de debilidad espiritual para entonces comenzar a tratar de involucrarme en actividades espirituales. Ellos tomaron una acción proactiva en dirigirnos, sus hijos, a una adoración diaria de Dios como familia.
Muchas veces yo me quejaba, criticaba y me reía de mis padres por ser tan “fastidiosos” y específicos acerca de como poner a Dios primero (en nuestras finanzas y en nuestras vidas). Sin embargo, cuando tenía que tomar decisiones en mi vida, comenzaron a venir recuerdos de sus enseñanzas a mi mente, sin importar cuánto trataba de ignorar lo que había aprendido y leído en la Palabra de Dios a través de los años con mi familia. Ahora puedo entender que mis padres estaban haciendo una inversión perdurable para el día que yo tuviera que decidir a quién yo seguiría. Me maravilla ver cómo “la Palabra es viva y eficaz” (Hebreos 4:12), y cómo el Espíritu Santo me redargü.a de pecado y verdad. Recuerdo muchas veces que escondía algo de mis padres y cómo Dios de una manera divertida pero firme lidiaba conmigo.
Mis padres nos ayudaron a desarrollar nuestra fe al enseñarnos a confiar en la Palabra de Dios. Cuando necesitábamos dinero extra para pagar alguna cuenta inesperada, o cuando mi papá necesitaba más horas o un nuevo trabajo ellos presentaban estas necesidades en nuestro altar familiar y luego esperar que Dios respondiera a la promesa en Su Palabra. Yo no recuerdo ninguna ocasión en la que Dios no respondió una oración de mis padres. Sin yo saberlo, mis padres nos estaban disciplinando a no sólo ser cristianos tradicionales, sino para que tuviéramos una fe a prueba de fuego.
Hoy vivo lejos del hogar de mis padres, pero no lejos de Dios. Ellos me dieron la herencia más valiosa —la cual no incluía juguetes caros, regalos de Navidad extravagantes, ni lujos: amar a Dios y conocerlo a Él comunicándonos con Él a través de la oración y la lectura de la Palabra. Ellos lograron esto edificando un altar de Dios en nuestro hogar y entronándolo a Él como Rey. Ellos hicieron que Dios fuera primero y le dieron el lugar más importante en nuestro hogar.